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Hay una isla holandesa, un pueblo añorado y una fuga y así es el punto de partida. Hay un ser de fuego, está el mar, una hija y avanza la trama. Se abre un relato donde los personajes emergen en el intersticio entre lo íntimo y la historia colectiva. Lo que se cuenta, en múltiples voces, con detalles puntuales y una dosis de humor del bueno, nos refiere un estado de situación: memoria, territorio, burocracia estatal, la religión, la política y mujeres. Pero ojo que no se trata de mujeres pletóricas de un feminismo rimbombante, no. Se trata de mujeres de convicciones silenciosas y sostenidas. La novela de Cecilia Fresco -de escritura límpida, clara, tersa- nos recuerda que somos seres gregarios y que la urdimbre de la trama pública moldea nuestra vida personal: nos va dando certezas y precipicios… nos da mar y desierto; delfines y plantas curativas del Cuy, costaneras y culebras.